domingo, 9 de junio de 2013

Porque los hombres jóvenes buscan mujeres mayores?

El mundo sexual es inherente a todo ser humano por tanto es correcto declarar que las mujeres tenemos que disfrutar del sexo.
A partir de los 30-35 años las mujeres alcanzamos la plenitud de nuestra sexualidad. Nos conocemos más a nosotras mismas, sabemos qué cosas nos gustan y qué no tenemos una mayor sensibilidad integral de nuestro cuerpo, de nuestras emociones y  nos es más claro qué es lo que deseamos en la vida. A mis 34 años de edad puedo  decir que encajo perfectamente en este estrato; he aprendido a aceptar como algo natural mi apetito sexual.
Los hombres no son inmunes a los efectos de esta etapa, en especial los hombres más  jóvenes. Es un hecho que los veinteañeros que recién alanzan la madurez sexual deliran por una mujer mayor que ellos porque las consideran más apasionadas y sabias en la cama y llegan a tomarlo como una experiencia sexual para aumentar sus destrezas. Conozco la sensación, he estado ahí.
Tras un matrimonio fallido de más de 8 años que casi en su totalidad resulto pobre sexualmente (cantidad y calidad), me encontré deseando explorar todo aqu ello que no conocía y que sabía, por deducción y referencia, que existía. Estaba sedienta.
No tuve que esperar mucho para experimentar mi primera experiencia sexual como  mujer divorciada. "Pepe", profesor de Música de 25 años, buscaba precisamente la pieza que a mí me sobraba (o viceversa).
Experiencia liberadora; la malicia de ese muchacho me abochorno un par de veces en  pleno acto sexual, pero que deliciosa sensación de vergüenza que unida a la de excitación se transforma en morbo y placer desinhibido.
Como no loar la destreza de esta generación?. Es que desde el primer momento Pepe me seduce, me hace sentir divina y majestuosa, derrumba todas mis defensas, las consientes y las inconscientes.
Él sabe que yo no quiero sexo Hardcore. Me toca y me besa como un hombre  enamorado, se detiene y me mira como un niño que mira por primera vez a un árbol de navidad. En este momento, yo soy el objeto más preciado ante sus ojos. Me desarma por completo.
Las nalgadas, la obscena verborrea, la velocidad para ponerse un preservativo, y tan efectivo para lograr una firme erección al termino de decir: "¡Atención Firme!".
El tendido en la cama, yo sentada sobre el erguida cual jineta cabalgo a mi antojo; mete sus dedos en mi boca para que jueguen con mi lengua y luego los desliza húmedos hasta mis pezones, hasta mi ombligo, hasta mi clítoris. Me mira fijamente, puedo sentir  su mirada como calor en mi piel, el placer es casi insoportable. casi. Y él lo sabe:
-"Eres mi perra?" 
(Guao! que sorpresa, que vergüenza, que hago?. Vamos, no te dejes.)
-"Si".
-“Si qué?". 
(Es desafiante, mira directamente a mis ojos, no era la respuesta que esperaba, quiere que se lo diga, quiere dominarme, es una lucha de poder y yo decido ceder)
-"Sí, soy tu perra".
Siento la piel de mi cara encenderse en rubor, me siento avergonzada, apenada, "las  niñas buenas no hablan así" pero el me dedica una sonrisa torcida, triunfal y maliciosa; me tiene donde quiere y me quiere derretida de placer. Me nalguea, me toma con fuerza por las caderas y eleva su pelvis para penetrarme aún más profundo, más fuerte, su excitación ha aumentado; y entonces lo entiendo: es así como me quiere, desvergonzada, demostrando que estoy gozando descaradamente tenerlo dentro de mí. Algo cambia para siempre, me dejo llevar, no me importa nada.
Ahora mi excitación se ha puesto a la par de la suya; dejo caer mi torso sobre él y ahí me pierdo. Todo se torna instintivo, animal, ya no pienso en el próximo movimiento, no me importa, pero inexplicablemente estamos coordinados, la química de nuestros cuerpos ha tomado el control, el sudor que sabe a gloria  se cuela en los besos exagerados y más allá lubrica sensacionalmente nuestros cuerpos enteros. Ya no puedo más, falta poco.
En un minuto alcanzo el cielo y explota dentro de mí el orgasmo más intenso, lleno de  contracciones que incluso él puede sentir y lo enloquecen haciendo que me acompañe  al final; me descontrolo en gemidos, me desordeno en movimientos frenéticos, me muerdo los labios, se me olvida respirar, se me olvida mi nombre. Estoy extasiada, caigo casi sin fuerzas tendida a su lado unos segundos, mi pecho sube y baja violenta y ruidosamente en busca de oxígeno.  Siento aun cosquillas en mi vientre, restos del orgasmo. Me llevo las manos a la cabeza en un intento vano de poner en orden mis ideas. Si, siento satisfacción, pero hay aún tanto calor en mi cuerpo por esta experiencia carnal, sublime, deliciosa, que cruza por mi mente la idea de continuar, pero no, los hombres no pueden continuar, hay que darles tiempo y a veces sencillamente no pueden o no desean funcionar más de una vez por encuentro. Pero sorpresa, mientras divago siento las manos de pepe que están de nuevo sobre mí, buscando mi sexo todavía húmedo y dilatado; volteo a mirarle y está listo, sus ojos me miran con deseo, su pene  está erecto otra vez (o es que nunca dejo de estarlo?). Qué maravilla!.
Me fui a casa esa tarde con la sensación de haber corrido un maratón y después haber pasado por un spa. Cansada, satisfecha, serena, orgullosa; "no puedo creer que haya actuado de esa forma", "no puedo esperar para hacerlo de nuevo!".
Y es que en esta etapa de mujer madura recién liberada de ataduras y prejuicios,  abriendo los ojos al mundo de mi sexualidad y deseando comérmelo, Pepe resulto ser lo que estaba precisando: un hombre joven que recién alanza su apogeo sexual, de  erecciones firmes y duraderas, impetuoso, que ya superó los primeros años de eyaculaciones precoces y posee de más control de su genitalidad. Distintos contextos que convergen en un solo deseo: querer más! más! más!.
Definitivamente,   desde el punto de vista sexual, las mujeres en edad madura y los veinteañeros parecen ser la combinación ideal pues al final cada quien obtiene lo que quiere; ese día yo drené plenamente mi golpe de energía sexual post-treinta y él tuvo sexo con una madurita.

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